Ese nudo en la garganta, cuando estás a punto de explotar, cuando no sabes lo que sientes, lo que quieres ni lo que piensas. Esa tristeza que te provoca un escozor de ojos que sabes a que precede, a unas lágrimas. Pequeñas saladas que muestran un desbordamiento de sentimientos. Puede que a veces muestren emoción, alegría, amor, orgullo, felicidad. Pero la mayoría de las veces las lágrimas no son por esos sentimientos, sino por el dolor, las tristeza, la desconfianza, el miedo, la impotencia, la rabia, el sufrimiento, el vacío.
Una lágrima sale tu ojo, recorre tu mejilla y llega a tu boca, y antes de que te des cuenta, cientos de lágrimas van a su encuentro.
Esas ciento de lágrimas son sentimientos, que estás harto de guardar y decides echarlos. Lo necesitas. Necesitas por un breve, pequeño y a veces minúsculo momento ser débil, llorar y abrazarte, porque nadie nos enseñó a llorar, pero porque nadie no enseñó a sentir, porque al final sientes como a tu corazón se le antoje.
Ay, pequeñas lágrimas, pequeñas saladas que habéis recorrido mi cara, que me habéis hecho compañía tantas veces, que habéis permanecido conmigo guardando mis sentimientos y entendiéndolos, por mucho que diga la gente que hacéis parecer a los demás débiles, sois las dais un momento de debilidad, sí, pero para coger la suficiente fuerza necesaria para levantarse y sonreír.

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