Me gusta montarme en los autobuses. Es una manera mirar la ciudad mientras paseas por un vehículo. También me gusta observar a las personas del autobús, me gusta imaginarme como son, cuales son sus aspiraciones, como es su vida, si tienen hijos, maridos, esposas, novios, novias, si son personas solitarias, si vienen de trabajar, de estudiar, o de tomar algo. Me gusta estar con esas personas en el autobús, me siento acompañada, como si, a pesar de no hablar con ellas, como si a pesar de que no conozcan mi nombre, estuviesen conmigo. Me siento parte de algo, una más.
Me gusta el sonido del mar, y su olor. Me gusta quedarme parada en la orilla mientras observo la inmensidad del mar, su poder, y la paz. Siento paz. Siento que todo es minúsculo, menos el mar, como si fuera un gran dios que está ahí, y me deja quedarme al lado suya, pero nunca termino de forma parte completamente de ese mar, simplemente me dejar estar ahí, quieta, y el mar está ahí soberbio, distante y cercano al mismo tiempo, pacífico pero fuerte.
Me gusta la brisa de las mañanas. La libertad y la paz que me otorga. Me hace recordar a mi infancia y cuando iba al cine por la mañana con mi padre, o cuando iba al parque a darle de comer a los patos. Me gusta esa sensación fresca sobre mi piel, es única. De fondo se escuchan los pájaros. Me hace sentir bien, feliz, tranquila. Hay paz, sólo paz.
Me gusta ir al cine. Más allá de la película en sí, me gusta estar en la sala llena de gente, rodeada de personas que van a ver la misma película que yo. Me siento acompañada, unida a un grupo, viviendo una misma experiencia, la de ser espectador de esa película. La oscuridad de la sala, el silencio, la comodidad del asiento. La sensación del cine me gusta, pero más me gustaría que hubiera cinco minutos después de terminar la película en los que todos nos quedáramos sentados, durante cinco minutos, para que pudiera disfrutar de esos cinco minutos de paz, de oscuridad.
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